No se puede acusar a nuestras cadenas de televisión privada
de no haber aprendido a vender sus productos. Atresmedia, o en este caso Mediaset, te mete por el ojo su última producción
como si fuese el no va más. Vamos nena, di que te gusta, oh yeah. Ahora en la
pantalla de nuestro televisor están con “El cuaderno de Sara” y antes de la que
nos ocupa, teníamos a “Perfectos Desconocidos” hasta en la sopa. Algunas de
estas películas están bien, otras no tanto. La cuestión es que, como empresas
que son, han comprendido que para que alguien se acerque a la sala de cine para
ver un estreno lo primero que debe saber es que existe. Un punto del que quizás
flaquean los eventos de streaming, pero eso es otro tema que deberá ser tratado
en otra ocasión (o no).
“El secreto de Marrowbone” me produjo cierto recelo en el
momento de su estreno porque, a priori, su campaña publicitaria recuerda
demasiado a otros éxitos tipo “El orfanato”, “Los otros” o “El sexto sentido”.
A toro pasado, a uno le hubiese gustado haber tenido una pequeña conversación
con los responsables del producto.
A ver señores, no
pasa nada por repetir el mismo truco. Es divertido ver al mago sacar un conejo
de una chistera, o partir a su acompañante por la mitad. Pero no me lo muestres
de la misma forma, métele un chiste, cambia al animal, no sé, varía algún
detalle. Si empiezas la película con un hecho violento, me lo interrumpes y
luego enlazas con una escena bucólica junto al epígrafe “seis meses después”, se
nos va a ir la cabeza a todos a la misma película y nos vamos a dar cuenta que
las piernas de la chica son falsas. No sé si me explico.
Por lo demás, “El secreto de Marrowbone” está llena de jóvenes
y prometedores actores y actrices que hemos visto en producciones americanas
recientes como Charlie Heaton (Stranger Things), George Mackay (Capitán
Fantastic), Anya Taylor-Joy (La bruja, Múltiple) o Mia Goth (La cura del
bienestar). Así que supongo que habrá tenido una carrera comercial bastante
apañada, tanto dentro como fuera de nuestras fronteras.
Ni siquiera el giro final que cambia todos los elementos
fantasmagóricos por otros más realistas y dramáticos es suficiente para darle
un sabor especial al pastiche. No nos engañemos, no está mal, pero es lo de
siempre.
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