Hay en Jurassic World: El reino caído dos películas
diferentes.
Una es espectacular y llena de colorido, ambientada en el escenario familiar de la
Isla Nublar,que se trata de Hawai en realidad. Hasta
allí se desplaza una expedición que pretende salvar a los dinosaurios de una segunda extinción, compuesta por personajes
conocidos de la secuela anterior más algún que otro añadido. Los protagonistas
terminarán chocando con unos mercenarios que tienen su propia agenda en un
esquema que recuerda bastante a El mundo perdido, la secuela de Spielberg. Como ya es sabido pronto empieza el corre-corre y el pilla-pilla. Esta es la película
que quieren los productores, una montaña rusa emocionante con persecuciones y
estampidas, sustos y huidas con lava por todas partes.
Pero después hay otra película debajo, que era con la que
soñaba el director y nunca le dejaron. Es la que intenta salir en la segunda
hora de proyección, como si J. A. Bayona lanzara la piedra y escondiera la
mano, con una escena aquí y un detalle argumental allá. Es la película de
terror con las referencias a Nosferatu o a La caída de la casa Usher, la que le
da una tortuosa historia a la niña de la función (porque efectivamente en esta
serie siempre hay un niño) o emplaza el clímax del relato en el tejado de una
mansión gótica.
Si miramos con buenos ojos, a fin de cuentas el director de la cinta es español, podríamos decir que se trata de un capítulo de la saga que tiene un puntito original. En cambio, si nos ponemos malvados, podríamos hacer alguna referencia ingeniosa al monstruo de Frankenstein, a sus remiendos y sus cosidos. Eso no quita que la película como blockbuster veraniego cumpla su función.
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